Nacemos con unos parámetros biológicos prefijados en nuestro código genético, herencia paterna y materna, (aunque también pueden intervenir agentes externos como virus, radiaciones, e incluso el propio “azar”), que se han desarrollado y elaborado durante la gestación mediante la mezcla de las tres capas embriológicas (complexiones), que junto con factores ambientales adquiridos en los primeros años de vida (contacto familiar, nutrición; influencia climática; intoxicaciones;vacunas), y que llamamos temperamentos, determinan la morfología del sujeto, en cuanto al funcionamiento de sus sistemas orgánicos, su psiquismo y su potencial mórbido ante las diversas enfermedades.

El abordaje clínico conforme a las Complexiones implica la nutrición, con sales y compuestos de los tejidos de la fracción embrionaria más desarrollada, y arcanos específicos que modulan el tipo de temperamento más utilizado y agotado, que son con los que el organismo del paciente intenta adaptarse preferentemente cuando le sobreviene una patología y que son las que principalmente desgasta, entrando en declive manifestándose un cuadro patológico.

Estos pacientes repiten a lo largo de su vida, patologías pertenecientes siempre al mismo sistema o al mismo tipo de energía, y que, si son tratados solamente en relación a sus síntomas, pueden mejorar, pero a la larga volverán a presentar otro tipo de patología, pero siempre en el mismo sistema.

Si mi punto fuerte son mis brazos, cuando tenga que defenderme ante una situación desconocida, la parte de mi cuerpo que usare para ello y la que tendrá más opciones de agotarse o herirse, serán los brazos. Si me curo simplemente limpiando la herida, es muy probable que cuando se presente otra complicación en mi vida, esta parte de mi cuerpo sea la que se vuelva a lesionar, con otra herida o lo que es peor con una fractura.