Parece difícil, en pleno siglo XXI que la medicina académica acepte a la medicina que en el siglo XVI Paracelso codifico y dio el nombre de Spagyria. Las palabras, magia, esoterismo, ocultismo, energía, astrología y conciencia que la sociedad científica dominante une despectivamente a la Spagyria hacen (o quieren hacer) de ella una medicina arcaica y carente de toda explicación científica.

No fue hasta 1911, cuando Willem Einthoven demostró mediante registros electrocardiográficos que el corazón generaba electricidad y que las alteraciones de esta, eran la causa de gran número de enfermedades cardiovasculares, que la comunidad científica dominante dejo de tildar a los que sí creían en ese componente energético (por entonces no cuantificable) de esoterístas pseudocientíficos.

Tenemos también ejemplos más recientes en el tiempo: La teoría de que las células nerviosas no se regeneran fue una verdad científica hasta 1998. Sin embargo, las investigaciones de científicos de la Universidad de Princeton (EEUU) determinaron que continuamente se generan nuevas neuronas en la corteza cerebral.

Como señala el filósofo de la ciencia Karl R. Popper, es fácil obtener confirmaciones, o verificaciones, para casi cualquier teoría, si es eso lo que buscamos. Sin ir más lejos, ¿es que el ciclo de Krebs (dogma cientificista por excelencia) ha sido realizado en una mitocondria viva en el ser humano?, ¿o es lo que un experimento de laboratorio quería demostrar y “demostró”?

«Cualquier teoría física es siempre provisional, en el sentido que es sólo una hipótesis; nunca puede ser probada, a pesar de que los resultados de los experimentos concuerden muchas veces con la teoría, nunca podremos estar seguros de que la próxima vez el resultado no vaya a contradecirla” (Hawking, S. (1988) Historia del Tiempo)

Para la medicina académica el ser humano es una simple y a la vez compleja maquina en la que todo tiene una explicación bioquímica, y en la que si no la encuentran, añaden esas palabras cada vez más extendidas en los libros de fisiopatología como son: “idiopático”, “autoinmune”, “genético” o lo que es lo mismo “ni idea”, no queriendo admitir ni tan siquiera la posibilidad de que esa máquina necesita una fuente energética que la anime a hacer lo que naturalmente esta en ella y que llamamos funciones fisiológicas, y que la alteración de esta fuente energética puede ser la respuesta a ese vacío etiológico, en donde los síntomas no son el problema , sino más bien la forma en la que el cuerpo expresa esta carencia.

Cuando hablamos de energía nos referimos a esa sensación profunda de tranquilidad que una persona en un estado previo de ansiedad o nerviosismo obtiene al estar escuchando el adagio de Albinoni. O esa fuerza que parece volver a surgir de nuestro interior al escuchar la novena sinfonía de Beethoven. Esta energía no solo se presenta con la música; los colores, los perfumes, una pintura, un atardecer y hasta una simple caricia provocan un cambio energético que por desgracia la medicina universitaria al no poder cuantificar, ignora y desprecia ya que no es validad para sus estadísticas, base de protocolos médicos insensibles al conocimiento profundo del paciente, pero en el fondo válidos para atender a una población de números de carnet de identidad.

Se podrían haber codificado un sin fin de modalidades energéticas, o simplemente una (la energía universal) pero los siete colores en que se difracta la luz, las siete formas de cristalización de los minerales, los siete planetas pre-Ptolomeicos, unidos a la tendencia a la utilización de símbolos y mitos para explicar por medio de la narración las acciones de seres que encarnan de forma simbólica fuerzas de la naturaleza, clasificaron estas energías en siete.

En la antigüedad se hablaba de energía lunar, mercurial, venusina, solar, marcial, jupiterina y saturnina, lo que llevado a un vocabulario comprensible del siglo XXI podrían denominarse energía reparadora o generante (lunar), reguladora o adaptogena (mercurial), suavizante o moderante (venusina), armonizante (solar), estimulante o activante (marcial), organizante o gestionante (jupiterina) y condensante o limitante (saturnina).

Una vez aceptado que el ser humano, siendo en parte una maquina (cuerpo) , necesita o mejor dicho, posee una energía que le anima (alma) para entre otras cosas desarrollar una función en este mundo (conciencia), y que esa energía, (que podría ser una, y que la spagyria ha codificado en siete), nos permite entender por ejemplo, que a una persona con un problema inmunológico, ya crónico, tanto por exceso (problema autoinmune) como por defecto (problema de inmunosupresión) la administración de un elixir compuesto de plantas con una energía marcial, activante o estimulante , pueda de alguna manera reactivar , equilibrar y nutrir esa fuerza interior, sin necesidad de aplicar medicamentos de síntesis, restrictivos, tóxicos de una forma crónica.